jueves, 25 de noviembre de 2010

Epi 9º Dólmenes, poetas y Elvillar

Episodio 9º
Dólmenes, poetas y Elvillar


Amaneció.
Y en su deambular circunscribió la casi desconocida villa de Elvillar.
Viajero, si por allí pasares, visítala -apuntó Artxai en el Gran Libro-. Pues, más creo que fue su nombre traspuesto no siendo villa de Elvillar sino del  Brillar, porque centellean las piedras al trémulo sol de otoño cual si granitos del buscado El Dorado se tratase.
Dolmen de la Hechicera
Apenas recorridos doscientos metros, topóse con una enhiesta roca tallada burdamente, escoltábanla otras dos y bordeándola otras dos, y otro par, y otras más hasta hacer un total de ocho, la novena ponía el tejado. 
Era uno de los monumentos funerarios más antiguos que los gigantes erigían a sus muertos para el Tránsito. Con ellos los útiles más necesarios; sus hachas de piedra, adornos, vasijas y recipientes conteniendo alimentos.
Sabían que venían e iban más allá del sol, por eso lo adoraban y los enterraban siempre con los pies hacia el este, también la puerta estaba orientada hacia donde sale el luminoso astro. Cuando emprendieran el viaje no tendrían pérdida. Este edificio prehistórico era el llamado Dolmen de la Hechicera.
La mano del pequeño pastor de caracoles acarició la basta losa de su derecha, de arriba abajo, hasta que notó bajo las yemas de los dedos en la piedra una escritura, siguió sus casi inexistentes contornos y leyó:

Creo que una hoja de hiedra no es menos que el camino recorrido por las estrellas.
Que la hormiga es perfecta y que también lo son el grano de arena y el huevo del zorzal.
y que la zarzamora podría adornar los salones del cielo.
Y que la menor humillación de mi mano puede humillar a todas las máquinas.

En un costado de la pétrea escritura, los dedos de Artxai leyeron todavía Walt Whitman.
Los calzas verdes no es que sepamos los mil y un idiomas en que hablan o se expresan todos los seres, sino que como decía nuestro maestro: No sed vosotros, abandonaos, sed parte del otro y lo entenderéis. Leeréis en piedras y árboles, interpretaréis las nubes y la lluvia, sabréis qué dicen los pájaros en su piar y los animales en su guturismo, las letras de los gigantes y los suspiros de los pequeños. Si abrís vuestros oídos escucharéis.

Algo viene con ligereza por el bosque haciendo tremolar las hojas muertas del suelo.
Jabalí
Una masa de negruzco marrón se acerca aminorando la marcha. Un Jabalí. Una enorme cabeza casi unida a un cuerpo algo menor del metro de altura, protegido por áspero y fuerte pelo, sus cuatro cortas patas con pezuñas increíbles de contener los más de cuarenta kilos en movimiento. Artxai se puso a resguardo tras un roble quejigo, el menor de nuestros robles. No es que sea peligroso el Jabalí, pero sus pequeños ojillos negros apenas distinguen mas que el bulto.
             Grande y miope -se dijo el calzas verdes-, ¡cuidado!.
 La trompa del casi vegetariano animal ayudado de sus fuertes y peligrosos colmillos vueltos hacia arriba, escarbaba la tierra buscando raíces, tubérculos, setas o...
            Trufas, pensó el pastor de caracoles, mientras recordaba el sabroso gusto de este hongo que enterrado crece sobre las raíces de los árboles.
Engulló algo asintiendo con un oing-oing, y al alejarse el cerdo salvaje, pudo verle el ridículo y rizado rabillo, que a duras penas serviría para espantarle las moscas, coronándole el final de sus fuertes patas traseras.
             ¿Qué bien conocen tus costumbres los cazadores furtivos?, saben de tus pasos por las huellas, te tentarán con un charco de cualquier materia que tenga un olor penetrante sabiendo que no podrás resistir la tentación de revolcarte en la olorosa trampa y te darán cruel muerte.

Lagarto Ocelado
Como el dragón salido de un cuento de hadas caminaba hacia el pequeño Artxai un ser de redondos ojos brillantes, su longitud tres veces la altura del pastor de caracoles: entre su boca oval y escamosa, una larga lengua bífida sale intermitentemente retorciéndose, esa lengua partida que está tratando de sentir el calor y olor desprendido de su futura presa.
             ¿Bien tranquilo te paseas ahora? -Dijo el calzas verdes al impresionante Lagarto Ocelado-. Sabes que a fin de verano se fue tu gran enemiga el Águila Culebrera, están en extinción pero sabes que aquí cerca se mantiene un nido y esperemos que se mantenga por mucho tiempo. ¿Cuánto darías?... porque se pusiera en el punto de mira de cualquier desaprensivo escopetero. -Se preguntó Artxai.
Águila Culebrera
Pero el dragón de robusto cuerpo seguía impasible, las patas cortas en tensión, los largos dedos de agudas uñas cuyas puntas se hundían en el polvo del suelo presagiaban la caza.  Amarillento el vientre, verde y negro el dorso, manchas, ocelos azules en los costados y larguísima cola impresionaban. Artxai sabía que el terrible carnívoro de fortísimas mandíbulas no podía atacarle, pero por si acaso y como más vale prevenir que curar, el pequeño enviado golpeó su largo bastón en el suelo produciendo un ruido que el gran lagarto percibió.  Despacio desapareció entre el matorral, y Artxai continuó su peregrinaje para volver a traspasar la Sierra Brava de Badaya y adentrarse en la Montaña Alavesa.

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